jueves, 8 de julio de 2021

Ámsterdam, Descartes y Ana Frank

 Berlin, July 2021, posted by Claudio Steinmeyer





Ámsterdam, Descartes y Ana Frank

Uno de los autores que sin duda más me ayudó para mi aterrizaje en Berlín, mi trabajo de reconciliación con lo alemán, fue Paul Auster.
En uno de sus libros, “La invención de la soledad” aprendí algo que me conmovió entonces, y me sigue emocionando hoy.
Resulta que, en Ámsterdam, desde la ventana del escondite de Ana Frank, la vista da a unos fondos que del otro lado limitan con la casa en la que cuatro siglos antes había vivido René Descartes. Es precisamente el lugar donde escribió sus Meditaciones Metafísicas.
Es decir, de alguna manera, Descartes y Ana Frank, fueron vecinos. Cada uno escribiendo sus cosas, en sus respectivos tiempos, en sus respectivos contextos.
Dos escrituras que testimoniaran -acaso cambiaron- la historia moderna de la humanidad. Uno fundando la ciencia y con ella dando lugar a las condiciones del sujeto de la ciencia que como varias veces insistió Lacan, no es otro que el sujeto sobre el que opera el psicoanálisis. Y por otro lado la cara real de esta misma ciencia que como también dice Lacan (Proposición del 9 de octubre) alcanzó su máximo apogeo en los campos de exterminio donde precisamente halló su trágica ejecución la jovencita Ana Frank.
Auster recuerda una de las cosas que escribió Descartes en Ámsterdam “…hay algún país en el que uno pueda disfrutar de una libertad tan inmensa como en éste?” Y Auster se imaginaba a Ana Frank- si hubiese sobrevivido la guerra- leyendo esa frase como alumna universitaria en Ámsterdam. Impresiona a fondo.
Pero también, pensé, podía hacerse el ejercicio contrario, imaginar a Descartes leyendo esta frase de Ana Frank: “Dussel nos ha contado mucho de lo que está pasando fuera, en ese mundo exterior que tanto echamos de menos. Todo lo que nos cuenta es triste. A muchísimos de nuestros amigos y conocidos se los han llevado a un horrible destino. Noche tras noche pasan los coches militares verdes y grises. Llaman a todas las puertas, preguntando si allí viven judíos. En caso afirmativo, se llevan en el acto a toda la familia. En caso negativo continúan su recorrido. Nadie escapa a esta suerte, a no ser que se esconda. A menudo pagan un precio por persona que se llevan: tantos florines por cabeza. ¡Como una cacería de esclavos de las que se hacían antes! Pero no es broma, la cosa es demasiado dramática para eso. Por las noches veo a menudo a esa pobre gente inocente desfilando en la oscuridad, con niños que lloran, siempre en marcha, cumpliendo las órdenes de esos individuos, golpeados y maltratados hasta casi no poder más. No respetan a nadie: ancianos, niños, bebés, mujeres embarazadas, enfermos, todos sin excepción marchan camino de la muerte.” (entrada del 19/11/42)
Ella con sus 13 años, escondida en una casa en Ámsterdam, sabía lo que estaba pasando “afuera”. Sabía la verdad, que había un holocausto en marcha, una Shoá aunque esos significantes no estuvieran aún a mano. Una especie de cogito vuelto afuera, al exterior. Claro contraste con muchos adultos que decían no haber sabido lo que pasaba en Alemania y alrededores. Uno puede ahí entender lo que dice Lacan en la Proposición del 9 de Octubre cuando explica este nuevo y terrorífico real que aparece en el mundo a partir de los campos de concentración, máxima expresión de los procesos de segregación como consecuencia de la universalización y el reordenamiento de las agrupaciones sociales por la ciencia.
Ana Frank fue una de sus tantísimas víctimas. Lo bueno es que ella dejó un diario. Cierta posibilidad de subjetivar esto para las generaciones posteriores.
Como dice K. Vonnegut: haya paz.
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