Berlin, Oct. 2023, posted by Claudio Steinmeyer
Los que me conocen saben que desde mi adolescencia que sigo y disfruto de la poesía de Emily Dickinson (EEUU 1830 – 1886). Sus antologías, las rudimentarias biografías, sus traducciones.
Esta última presenta un condimento especial: es que quien se ocupó de traducirla al castellano fue ni más ni menos que Silvina Ocampo.
De hecho, fue el mismo Borges quien prologó la primera edición de poemas de Dickinson traducidos por Ocampo.
Y como bien sintetizó Osvaldo Aguirre en un artículo publicado hace tiempo en Página 12, Borges reflota en dicho prólogo el interminable debate en la nación de los traductores: de si “traducir la letra” o “traducir el espíritu”. Borges tomó posición sobre la última opción. Así y todo, Borges elogia a Ocampo quien parece preferir la política de la literalidad en el caso de la poesía de Dickinson.
Pero, y esto es un detalle esencial, no es tampoco una traducción tan a la letra. Ocampo logró meterse en el sujeto Dickinson y así poder captar algo del entramado secreto que bordea sus poesías. Hoy diríamos que Ocampo pescó algo de lo real en juego para Dickinson. También advirtió y mantuvo el uso de los guiones como signos de puntuación en la maleable sintaxis dickinsoniana
Este debate: traducir la letra o traducir el espíritu encontró en Freud otra magnífica vía para renovar el debate.
Tenemos por un lado la legendaria traducción (años 20) de José Luis Ballesteros, cuyo resultado pudo saborear el propio Freud (los que me conocen también saben que siempre preferí a Ballesteros). Traducido directo del alemán, sin duda supo mantener el espíritu literario de la prosa freudiana a veces a costa de la letra.
Es así que se producen ciertos desvíos en la traducción como fue el caso de traducir Trieb por instinto en vez de pulsión.
Además del hecho de que parece que a veces, tal vez a causa de alguna copita de jerez de más, hizo que Ballesteros se salteara frases, incluso párrafos enteros. Pero precisamente estas cosas vuelven a su traducción como más humana en mi opinión.
Tiempo después llega la traducción del argentino José Etcheverry editada por Amorrortu (años 70), una traducción muy apoyada y contrastada incluso en la versión inglesa que por momentos nos lleva a una especie de traducción de la traducción. Y por cierto que la traducción inglesa que hizo Strachey de Freud no tiene nada de ingenua ni de inocente. El resultado en castellano es así una traducción exquisita del punto de vista técnico-cientifico, muy literal, mucho más precisa, pero sin duda que al leerla uno no lee a Freud, lee a sus traductores.
En definitiva, como no hubo una traducción como la de Ocampo con Dickinson, habrá que seguir leyendo a Freud con Ballesteros pero chequeando, cotejando puntos cruciales con la traducción de Etcheverry o mejor aún, directo del alemán.
>>>>>>>>>>>>>>>>>>><<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<