por Claudio Steinmeyer. Berlín, junio de 2014
“Allí donde haya un
adolescente, que haya un adulto que no abdique” Donald Winicott (citado en el trabajo de
Baldini/Eante incluído en el presente libro).
Si es cierto que a los libros hay que dejarlos respirar un tiempo
antes de evaluar sus efectos, con éste sin duda que cumplí. Ya que hace casi
dos años que Mario Goldenberg tuvo la gentileza de hacerme llegar un ejemplar
hasta Berlín.
Comentaremos entonces hoy el libro „Violencia en las escuelas”
con textos compilados por el psicoanalista argentino Mario Goldenberg.
Textos de diversos autores que constituyen un esfuerzo del psicoanálisis de
orientación lacaniana de abordar el problema de la violencia actual en las
instituciones educativas.
Ya desde el inicio Mario Goldenberg, en su capítulo que hace de apertura
del libro: Violencia, escuela y la subjetividad contemporánea, sitúa la cuestión de la violencia en las
escuelas como un síntoma social. Por cierto que también hay otros fenómenos
produciéndose en las escuelas pero sin
duda ninguno tan dramático, trágico y espectacular como el de la violencia.
Síntoma social. Se anuncia aquí la complejidad de su abordaje, el
entrecruzamiento de la pedagogía, la
sociología, la antropología, la
política, el derecho, la economía, además del psicoanálisis. Y se definen las
coordenadas teóricas de la época y que
enmarcarán los diferentes ensayos a lo largo de las páginas del libro: el
discurso capitalista, la revolución tecnológica que introdujo internet con el uso
masivo de las redes sociales, la exaltación de la industria del
entretenimiento, la declinación de los
semblantes y sus efectos en las nuevas subjetividades.
Para ello el autor se sirve, en parte, de la película documental “Elephant” de Gus Van Sant y que testimonia la tremenda matanza acontecida en el instituto
Columbine (Colorado, EE.UU.) sucedida en 1999 en manos de dos estudiantes del
mismo instituto y que asesinaron a trece personas. En opinión de Goldenberg, el
documental refleja un hecho muy significativo: casi no hay padres. Y señala el
modo en que la masacre se desencadena sin preámbulo.
El autor destaca como punto más espeluznante el hecho de que en
Columbine no se trató de una especie de delirio satánico, ni de reivindicación.
Ni mucho menos de motivaciones políticas como si se tratara de un acto de
guerra o terrorista. Lo hicieron... por diversión.
Goldenberg plantea entonces una doble ética que atraviesa la institución
educativa: la de la generación de los padres ligada a la ética religiosa, el
sacrificio, el estudio, el trabajo. Y por otro lado la ética del capitalismo en
la generación actual y que se sostiene en la diversión, pero una diversión
devenida en un mandato de goce en el que no se renuncia a nada. Una de las
preguntas que se aborda y que lamentablemente tan a menudo se escucha por parte
de los alumnos es: ¿para qué sirve
estudiar? Estudiar en esta época no
garantiza nada.
Y el asunto de la cuestión mediática, del rating que asegura la
difusión de la violencia escolar a través de las redes sociales. Finalmente el
autor se refiere a la declinación social de los semblantes como
explicación de estas nuevas formas de
subjetividad en las que en algunos chicos se expresan a través de la violencia.
El siguiente capítulo, del psicoanalista José R. Ubieto, precisamente pluraliza el fenómeno al hablar
de las violencias escolares para dar
cuenta de la diversidad de significaciones y de usos sintomáticos por parte de
los sujetos.
Javier
Garmendia avanza en la profundidad teórica del fenómeno al articular la
función actual del superyó en relación a las dificultades que el
amor encuentra en la época, con lo que se complica la operación en la
que “el amor permite al goce condescender al
deseo”.
Los respectivos trabajos de Alejandra Glaze y Germán García que van
desde la idea de una época en la que el “Otro no existe” hasta el interesante
contrapunto de la educación “socrática”,
el arte de enseñar, en una era en la que “Internet es un maestro que enseña
todo a un alumno que está solo..”.
Sigue la sútil distinción que realiza Mercedes Sánchez Sarmiento entre
agresividad y violencia.
Gisela Laura Baldini y María
Natalia Eandi Bonfante interrogan la noción de autoridad: la carencia del Ideal
del yo que debilita las identificaciones grupales.
Respecto del tema de la industria del entretenimiento que prenuncia
Mario Goldenberg en su capítulo, es profundizado por Ana Laura Vallejo haciendo un interesante
recorrido por su par dialéctico: el aburrimiento en relación a la subjetividad.
Tema que continúa Sofía Peralta Ramos al relacionar la violencia con la diversión
apelando al interesante concepto de “muchedumbres solitarias”.
El texto de María Paula Castro, Valeria Lamota e Isabel Carraro, Adolescencia en la hipermodernidad, continúa de algún modo una de las ideas
planteadas en al capítulo de Germán Garcia, en lo referente a la irrupción de
lo real de la genitalidad en la adolescencia y donde los fantasmas de la
infancia desfallecen dejando al adolescente frente al no saber pero a la vez
sin referencia a la palabra en la época en la que “no hay Otro”.
Cierran el libro los capítulos de Andrea Botas –ella aborda la
paradoja capitalista que encierra el consumo de seguridad en función de la
violencia, haciendo de ambos un problema de tipo político. Y el capítulo sobre
Responsabilidad, Culpa y Castigo, de Claudia Moggia, Noemí Firma Paz y Blanca Favazza en el que hacen un claro
recorrido en las diferencias que el psicoanálisis propone entre estos
conceptos.
Como podemos ver se trata de un libro fundamental para establecer las
bases de las primeras aproximaciones
psicoanalíticas de orientación lacaniana al fenómeno /síntoma de la
violencia/violencias en las escuelas. Tal vez privilegiando una de las posibles
vías de acceso a la comprensión del fenómeno a escala general, recurriendo al
operador teórico del discurso del capitalismo con sus nuevos efectos en la
subjetividad de la época: la erosión de los semblantes, la vacilación de la
imago paterna, el empuje al goce / consumo.
Sería interesante –pensando en futuros proyectos de investigación –
someter dichas hipótesis a la luz de la experiencia de otras sociedades aparte
de la argentina y norteamericana, e investigar
un poco la repartición de fenómenos de violencia entre escuelas públicas y
escuelas privadas.
También creo que podemos extraer conclusiones nuevas al acercarnos un poco a la clínica del caso. En la tragedia de
la escuela de Columbine, en la que el cineasta Gus van Sant y tal como lo
destaca Mario Goldenberg, muestra un desierto de padres, hay sin embargo varios videos grabados por los
perpetradores de la matanza, con claros mensajes a los padres pidiendo
disculpas. Además de hallarse ciertos elementos discursivos de identificación
con un Otro sin barrar, con un “Dios capaz de decidir la vida y la muerte”
(sic).
Otra vía que me resulta interesante para su análisis es la
estrictamente pedagógica. Ya que por un
lado asistimos a dichos de algunos alumnos: ¿para qué ir a la escuela? ¿de qué
sirve estudiar si todo esta en google?
Pero al mismo tiempo -casi
paradójicamente- asistimos a lo que Lacan denominó el boom de la Universidad
(y que Germán García lo menciona en su texto).
Y acercarse a los relatos de los docentes, alumnos y padres e interrogar
un poco el estatuto actual de la “administración del saber”. Siguiendo un poco
el recurso a la cinematografía contamos con la película Detachment de Tony Kaye, donde quizás se acentúan otros aspectos de
la escuela que los ligados estrictamente al saber - un poco en la línea que
sugiere el epígrafe, es decir como “acompañar al adolescente hasta la otra
orilla”.
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