Estos días me encontré con un texto de Hemingway que me sorprendió por
transcurrir en un lugar que nuevamente adquiere actualidad : Turquía y aledaños.
El relato se sitúa en Esmirna (Smyrna), durante la guerra greco-turca
(1919-1922), y en particular la evacuación de los ciudadanos griegos durante el
avance de las tropas turcas.
Casi 100 años después la misma soledad. El mismo paisaje sombrío, quizás
con otros actores, en otros “bordes” de la misma zona. En estos tiempos
actuales miles de personas, huyendo de
la guerra en Siria, se agolpan frente a la frontera turca buscando la
supervivencia, mientras que en la frontera greco-turca se atrincheran decenas
de funcionarios de la Unión Europea buscando estrategias para que dichos
desplazados no penetren en suelo europeo.
En fin, dos situaciones separadas por casi un siglo pero que
transcurren en esa zona bisagra entre occidente y oriente, esa zona de transición
entre religiones, incluso entre escrituras. Pero sin duda los mismos gritos. Una repetición de lo más agradable, diría
Hemingway.
A continuación el breve relato de Hemingway cubriendo los
acontecimientos como periodista, corresponsal para el Toronto Star. Con su
estilo literario, quizás inaugurando una forma de narrativa en el periodismo. En
esta época las nuevas formas de periodismo se encuentran en las redes sociales:
tweets o posts generalmente acompañados
de imágenes fotoshopeadas resaltando aún más lo real y generando miles de
comentarios indignados. Indignados de toda abyección.
Es que la respuesta subjetiva ante el horror cambió? Hemingway
consideraba que tal vez la ironía podía funcionar ante lo invocante de lo real.
Tal vez la preeminencia de lo escrito, la imagen visual ha reemplazado la
ironía. Las repetidas imágenes de las
torres del 11-S desmoronándose. Pero siempre en silencio. En cine mudo. Eso
quizás sea lo extraño hoy, ¿por qué no se escuchan los gritos?
EN EL MUELLE DE ESMIRNA (1922)
Fuente: Antología de Ernest Hemingway. Universidad Nacional Autónoma
de México. 2010. Trad. F. Patan.
Lo extraño era, dijo, el modo en que gritaban todas las noches a la
medianoche. No sé por qué gritaban a esa hora. Estábamos en el puerto y ellos
en el muelle y a la medianoche comenzaban a gritar. Solíamos echarles encima la
luz del reflector para calmarlos. Nunca fallaba. Les pasábamos el reflector por
encima dos o tres veces y dejaban de hacerlo. En una ocasión fui el oficial de
turno en el muelle, y un oficial turco se me acercó bufando de rabia porque uno
de nuestros marinos había estado de lo más insultante con él. Por tanto le dije
que enviaríamos al tipo al barco y lo castigaríamos muy severamente. Le pedí
que me lo señalara. Entonces señaló a un ayudante de artillero, un chico de lo
más inofensivo. Dijo que había estado de lo más escandalosa y repetidamente
insultante; me hablaba por medio de un intérprete. No podía yo
imaginar cómo aquel ayudante de artillero sabía turco suficiente para mostrarse
insultante. Lo llamé y dije “esto por si hablaste con alguno de los oficiales
turcos”.—Con ninguno de ellos hablé, señor.—Estoy segurísimo —dije—, pero mejor
sube al barco y no vuelvas a tierra por el resto del día. Entonces dije al
turco que estábamos embarcando al hombre, y manejaríamos el caso del modo más
severo.“Oh, del modo más riguroso.” Se sintió lo máximo con eso. Grandes amigos
que éramos. Lo peor, dijo, eran las mujeres con bebés muertos. Imposible lograr
que aquellas mujeres entregaran sus bebés muertos. Llevaban seis días con los
bebés muertos. Simplemente no los entregaban. Nada podía hacerse al respecto.
Al final tuvimos que quitárselos.
Entonces ocurrió lo de esa
anciana, el caso más extraordinario. Se lo conté a un
médico y me dijo que mentía. Los estábamos sacando del muelle, pues teníamos
que sacar a los muertos, y esta anciana yacía en una especie de camilla. Dijeron
“¿No quiere echarle una miradita, señor?” Así que le eché una miradita y justo
en ese momento murió y se quedó absolutamente tiesa. Levantó las piernas y se
levantó desde la cintura y después se quedó totalmente rígida. Como si hubiera estado
muerta toda la noche. Bien muerta y absolutamente rígida. Se lo conté a uno de
los médicos y me dijo que era imposible.
Allí estaban todos en el muelle y en nada era como un
terremoto o algo por el estilo porque nunca supieron de los turcos. Nunca
supieron lo que esos condenados turcos habrían hecho. ¿Recuerdas cuando nos ordenaron
no volver ya para llevarnos más? Sentía el viento en contra cuando entramos
aquella mañana.Tenían tantas baterías como imagines y pudieron habernos barrido
del agua, íbamos a entrar, navegar muy pegados a lo largo del muelle, soltar
las anclas de proa y popa y entonces cañonear el barrio turco de la ciudad. Nos
habrían barrido del agua, pero nosotros simplemente habríamos vuelto un
infierno la ciudad. Se contentaron con dispararnos unas cuantas salvas cuando
entrábamos. Vino Kemal y despidió al comandante turco. Por excederse en sus
órdenes o algo parecido. Se sobrepasó un poco. Habría sido un caos endemoniado.
Recuerdas el puerto. Había un montón de objetos lindos
flotando en él. Fue la única vez en mi vida que me puse de tal modo que soñaba
con esos objetos. Te impresionaban menos las mujeres que daban a luz que aquellas
con los bebés muertos. Desde luego que daban a luz. Es sorprendente cuán pocos
murieron. Simplemente las cubrías con algo y las dejabas en la tarea. Siempre
elegían el lugar más oscuro de la cala para tenerlos. Ninguna se interesaba en
nada una vez que salían del muelle. También los griegos eran chicos simpáticos.
Cuando evacuaron tenían todos estos animales de carga que no podían
llevarse, así que les rompieron las patas traseras y los arrojaron a las aguas
poco profundas. Todas aquellas mulas con las patas traseras rotas lanzadas a
las aguas poco profundas. Fue un asunto agradable. Palabra que sí, un asunto de
lo más agradable.
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