Claudio
Steinmeyer, Berlín, marzo 2013
Estaba sentado en un banco de
plaza en Berlín. El río Spree discurría a unos doscientos metros de distancia, pero
suficientemente cerca como para oír cada tanto el paso de las barcazas con los
primeros turistas del día. Era una clara mañana de verano de 2021.
Por suerte, en cuanto se
precipitaron los hechos, recordé el
cuento del maestro. Caso contrario, jamás hubiera estado preparado para lo que viví ese día.
Pero antes, a lo lejos
sonaban las campanas de alguna iglesia llamando a misa.
Me había llevado un ejemplar
del periódico dominical, fiel a mis costumbres de leer, en la sección de
internacionales, noticias de mi lejano y brumoso país.
Entonces sentí una voz a mi
derecha. Un joven de pelo largo, rostro inocente aunque de mirada pícara con un
dejo taciturno que ya había visto también en otros estudiantes de mi juventud.
– Perdón, veo que se interesa por las noticias de Argentina, yo vengo
de allá !! Me dijo en un torpe alemán. Fue en ese instante que reconocí mi voz
y que recordé el cuento. O quizás al revés.
Aha, sí, yo vengo de allá también. Contesté
trémulo, en castellano.
¿De dónde? preguntó el jóven, quien al no haber leído
el cuento, no se había reconocido aún.
De Buenos Aires, Vicente López,
al lado de dónde estaba la quinta presidencial. Pareció no reparar en el uso
del pretérito imperfecto.
Impresionante! Yo también!
Consideré necio esperar a que constataramos la dirección de Av. Maipú,
el noveno piso. Me encontraba en una posición más advertida
que la de él y que la de los protagonistas del otro cuento.
-Vos sos yo. Dije sin más.
Nos ganó el incómodo silencio que suele producirse ante la emergencia de
la verdad. Me pareció mejor continuar hablando, contando detalles,
especialmente esperanzadores sobre su futuro, el mío.
Cuando hubo comenzado a asentarse en él la convicción de la situación,
quiso saber:
¿Y, me caso al final con Fabiana ?
De algún modo esperaba esa pregunta.
Le conté los inesperados sucesos que nos llevaron a la primera
emigración a las llanuras de la Florida.
Ella prefirió continuar sus estudios
hasta que…
¿Se casó con otro?
Hubiera preferido dar cualquier cosa por decir que sí.
Intuyó que había tocado un
punto sensible, y cambió de tema.
Sabe, el año que viene termino la secundaria, y hacemos el viaje a
egresados a Bariloche.
Inocente parecía por
momentos, como si yo hubiera decidido olvidar todas esas cosas.
¿Qué más me puede contar?
Salimos campeones del mundo
tres veces. Aunque la primera pienso que no hay que contarla, justo la nuestra, la que nunca
debimos jugar en casa en esa época.
Pero qué dice!!, ¿ganamos nuestro mundial, el que
se juega en dos años ?? Pero ¿por qué piensa que hubiera sido mejor no jugarlo?, ¿las cosas se pusieron más feas?
Sí, y agaché un poco la cabeza. No
fueron los mejores tiempos para nuestro país. Recordé a Fabiana.
Recordé y le conté de aquellos fríos días de junio, las multitudes en
las calles, enardecidas de gloria. Millones de personas vitoreando, celebrando.
Ateos, clérigos, soldados, trabajadores, desocupados, fabricantes,
importadores, alumnos, docentes y cocineros
Ah, y tenemos un Papa argentino. Noté mi sorpresa en el otro,
aunque se hallaba lejos
de entender ciertas cuestiones del
cristianismo, y muy cerca aún de elaborar las otras raíces, judías.
Pero muchos no se alegraron por esto en nuestro país, (que a la sazón
había, en efecto, reemplazado la enseñanza del inglés y el latín, por el guaraní,
mapuche y otras lenguas autóctonas.) Le reprocharon que no tuvo una actitud clara
en aquellos años del
mundial.
Pero por lo que usted me contó mucha gente tampoco lo hizo, al contrario,
salieron a festejarlo.
No todos, pero eso ya lo decidirás vos mismo. Quizás, cuando empaten los
holandeses, en tu corazón apagues la tele y el partido termine con ese
resultado imposible.
Ahí llega mi novia, me
interrumpió. Vamos a hacer el paseo con el barco. ¿No quiere venir con nosotros y seguimos charlando?
Pero ya presuroso me estaba
poniendo de pie. Quizás otro día, le dije y empecé a caminar hacia la salida del parque. Noté que me
intentaba alcanzar con pasos ligeros y
me dí vuelta. En su mano me extendía algo.
Tenga, guárdelo, por si no nos
volvemos a encontrar, como
una especie de recuerdo.
Era un billete de un dolar, fechado 1974.
Bibliografía consultada: “El otro”, Jorge Luis
Borges. El libro de arena - Ed. Emecé, Bs. As., 1975
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