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Hemingway / variaciones sobre lo invocante.

Pdpd-Berlín, por Claudio Steinmeyer, Feb. 2016






Estos días me encontré con un texto de Hemingway que me sorprendió por transcurrir en un lugar que nuevamente adquiere actualidad : Turquía y aledaños.
El relato se sitúa en Esmirna (Smyrna), durante la guerra greco-turca (1919-1922), y en particular la evacuación de los ciudadanos griegos durante el avance de las tropas turcas.
Casi 100 años después la misma soledad. El mismo paisaje sombrío, quizás con otros actores, en otros “bordes” de la misma zona. En estos tiempos actuales  miles de personas, huyendo de la guerra en Siria, se agolpan frente a la frontera turca buscando la supervivencia, mientras que en la frontera greco-turca se atrincheran decenas de funcionarios de la Unión Europea buscando estrategias para que dichos desplazados no penetren en suelo europeo.
En fin, dos situaciones separadas por casi un siglo pero que transcurren en esa zona bisagra entre occidente y oriente, esa zona de transición entre religiones, incluso entre escrituras. Pero sin duda los mismos gritos.  Una repetición de lo más agradable, diría Hemingway.

A continuación el breve relato de Hemingway cubriendo los acontecimientos como periodista, corresponsal para el Toronto Star. Con su estilo literario, quizás inaugurando una forma de narrativa en el periodismo. En esta época las nuevas formas de periodismo se encuentran en las redes sociales:  tweets o posts generalmente acompañados de imágenes fotoshopeadas resaltando aún más lo real y generando miles de comentarios indignados. Indignados de toda abyección.
Es que la respuesta subjetiva ante el horror cambió? Hemingway consideraba que tal vez la ironía podía funcionar ante lo invocante de lo real. Tal vez la preeminencia de lo escrito, la imagen visual ha reemplazado la ironía. Las repetidas  imágenes de las torres del 11-S desmoronándose. Pero siempre en silencio. En cine mudo. Eso quizás sea lo extraño hoy, ¿por qué no se escuchan los gritos?





EN EL MUELLE DE ESMIRNA (1922)
Fuente: Antología de Ernest Hemingway. Universidad Nacional Autónoma de México. 2010. Trad. F. Patan.


Lo extraño era, dijo, el modo en que gritaban todas las noches a la medianoche. No sé por qué gritaban a esa hora. Estábamos en el puerto y ellos en el muelle y a la medianoche comenzaban a gritar. Solíamos echarles encima la luz del reflector para calmarlos. Nunca fallaba. Les pasábamos el reflector por encima dos o tres veces y dejaban de hacerlo. En una ocasión fui el oficial de turno en el muelle, y un oficial turco se me acercó bufando de rabia porque uno de nuestros marinos había estado de lo más insultante con él. Por tanto le dije que enviaríamos al tipo al barco y lo castigaríamos muy severamente. Le pedí que me lo señalara. Entonces señaló a un ayudante de artillero, un chico de lo más inofensivo. Dijo que había estado de lo más escandalosa y repetidamente insultante; me hablaba por medio de un intérprete. No podía yo imaginar cómo aquel ayudante de artillero sabía turco suficiente para mostrarse insultante. Lo llamé y dije “esto por si hablaste con alguno de los oficiales turcos”.—Con ninguno de ellos hablé, señor.—Estoy segurísimo —dije—, pero mejor sube al barco y no vuelvas a tierra por el resto del día. Entonces dije al turco que estábamos embarcando al hombre, y manejaríamos el caso del modo más severo.“Oh, del modo más riguroso.” Se sintió lo máximo con eso. Grandes amigos que éramos. Lo peor, dijo, eran las mujeres con bebés muertos. Imposible lograr que aquellas mujeres entregaran sus bebés muertos. Llevaban seis días con los bebés muertos. Simplemente no los entregaban. Nada podía hacerse al respecto. Al final tuvimos que quitárselos.
Entonces ocurrió lo de esa anciana, el caso más extraordinario. Se lo conté a un médico y me dijo que mentía. Los estábamos sacando del muelle, pues teníamos que sacar a los muertos, y esta anciana yacía en una especie de camilla. Dijeron “¿No quiere echarle una miradita, señor?” Así que le eché una miradita y justo en ese momento murió y se quedó absolutamente tiesa. Levantó las piernas y se levantó desde la cintura y después se quedó totalmente rígida. Como si hubiera estado muerta toda la noche. Bien muerta y absolutamente rígida. Se lo conté a uno de los médicos y me dijo que era imposible.
Allí estaban todos en el muelle y en nada era como un terremoto o algo por el estilo porque nunca supieron de los turcos. Nunca supieron lo que esos condenados turcos habrían hecho. ¿Recuerdas cuando nos ordenaron no volver ya para llevarnos más? Sentía el viento en contra cuando entramos aquella mañana.Tenían tantas baterías como imagines y pudieron habernos barrido del agua, íbamos a entrar, navegar muy pegados a lo largo del muelle, soltar las anclas de proa y popa y entonces cañonear el barrio turco de la ciudad. Nos habrían barrido del agua, pero nosotros simplemente habríamos vuelto un infierno la ciudad. Se contentaron con dispararnos unas cuantas salvas cuando entrábamos. Vino Kemal y despidió al comandante turco. Por excederse en sus órdenes o algo parecido. Se sobrepasó un poco. Habría sido un caos endemoniado.
Recuerdas el puerto. Había un montón de objetos lindos flotando en él. Fue la única vez en mi vida que me puse de tal modo que soñaba con esos objetos. Te impresionaban menos las mujeres que daban a luz que aquellas con los bebés muertos. Desde luego que daban a luz. Es sorprendente cuán pocos murieron. Simplemente las cubrías con algo y las dejabas en la tarea. Siempre elegían el lugar más oscuro de la cala para tenerlos. Ninguna se interesaba en nada una vez que salían del muelle. También los griegos eran chicos simpáticos.
Cuando evacuaron tenían todos estos animales de carga que no podían llevarse, así que les rompieron las patas traseras y los arrojaron a las aguas poco profundas. Todas aquellas mulas con las patas traseras rotas lanzadas a las aguas poco profundas. Fue un asunto agradable. Palabra que sí, un asunto de lo más agradable.

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