lunes, 2 de junio de 2014

Psicoanálisis y Educación / Comentarios sobre el libro "Violencia en las escuelas" - Mario Goldenberg et al.


 por Claudio Steinmeyer. Berlín, junio de 2014

“Allí donde haya un adolescente, que haya un adulto que no abdique”  Donald Winicott (citado en el trabajo de Baldini/Eante incluído en el presente libro).




Si es cierto que a los libros hay que dejarlos respirar un tiempo antes de evaluar sus efectos, con éste sin duda que cumplí. Ya que hace casi dos años que Mario Goldenberg tuvo la gentileza de hacerme llegar un ejemplar hasta Berlín.


Comentaremos entonces hoy el libro „Violencia en las escuelas” con textos compilados por el psicoanalista argentino Mario Goldenberg. Textos de diversos autores que constituyen un esfuerzo del psicoanálisis de orientación lacaniana de abordar el problema de la violencia actual en las instituciones educativas.
Ya desde el inicio Mario Goldenberg, en su capítulo que hace de apertura del libro:  Violencia, escuela y la subjetividad contemporánea,  sitúa la cuestión de la violencia en las escuelas como un síntoma social. Por cierto que también hay otros fenómenos produciéndose  en las escuelas pero sin duda ninguno tan dramático, trágico y espectacular como el de la violencia.
Síntoma social. Se anuncia aquí la complejidad de su abordaje, el entrecruzamiento de  la pedagogía, la sociología, la antropología,  la política, el derecho, la economía, además del psicoanálisis. Y se definen las coordenadas teóricas  de la época y que enmarcarán los diferentes ensayos a lo largo de las páginas del libro: el discurso capitalista, la revolución tecnológica que introdujo internet con el uso masivo de las redes sociales, la exaltación de la industria del entretenimiento,  la declinación de los semblantes y sus efectos en las nuevas subjetividades.

Para ello el autor se sirve, en parte, de la película documental  “Elephant” de Gus Van Sant y que testimonia  la tremenda matanza acontecida en el instituto Columbine (Colorado, EE.UU.) sucedida en 1999 en manos de dos estudiantes del mismo instituto y que asesinaron a trece personas. En opinión de Goldenberg, el documental refleja un hecho muy significativo: casi no hay padres. Y señala el modo en que la masacre se desencadena sin preámbulo.
El autor destaca como punto más espeluznante el hecho de que en Columbine no se trató de una especie de delirio satánico, ni de reivindicación. Ni mucho menos de motivaciones políticas como si se tratara de un acto de guerra o terrorista. Lo hicieron... por diversión.
Goldenberg plantea entonces una doble ética que atraviesa la institución educativa: la de la generación de los padres ligada a la ética religiosa, el sacrificio, el estudio, el trabajo. Y por otro lado la ética del capitalismo en la generación actual y que se sostiene en la diversión, pero una diversión devenida en un mandato de goce en el que no se renuncia a nada. Una de las preguntas que se aborda y que lamentablemente tan a menudo se escucha por parte de los alumnos es:  ¿para qué sirve estudiar?  Estudiar en esta época no garantiza nada.
Y el asunto de la cuestión mediática, del rating que asegura la difusión de la violencia escolar a través de las redes sociales. Finalmente el autor se refiere a la declinación social de los semblantes como explicación  de estas nuevas formas de subjetividad en las que en algunos chicos se expresan a través de la violencia.

El siguiente capítulo, del psicoanalista José R. Ubieto,  precisamente pluraliza el fenómeno al hablar de las violencias escolares para dar cuenta de la diversidad de significaciones y de usos sintomáticos por parte de los sujetos.
Javier Garmendia avanza en la profundidad teórica del fenómeno al articular la función actual del superyó en relación a las dificultades que el amor encuentra en la época, con lo que se complica la operación en la que  “el amor permite al goce condescender al deseo”.
Los respectivos trabajos de Alejandra Glaze y Germán García que van desde la idea de una época en la que el “Otro no existe” hasta el interesante contrapunto de  la educación “socrática”, el arte de enseñar, en una era en la que “Internet es un maestro que enseña todo a un alumno que está solo..”.
Sigue la sútil distinción que realiza Mercedes Sánchez Sarmiento entre agresividad y violencia.
Gisela Laura Baldini y  María Natalia Eandi Bonfante interrogan la noción de autoridad: la carencia del Ideal del yo que debilita las identificaciones grupales.
Respecto del tema de la industria del entretenimiento que prenuncia Mario Goldenberg en su capítulo, es profundizado por  Ana Laura Vallejo haciendo un interesante recorrido por su par dialéctico: el aburrimiento en relación a la subjetividad. Tema que continúa Sofía Peralta Ramos al relacionar la violencia con la diversión apelando al interesante concepto de “muchedumbres solitarias”.
El texto de María Paula Castro, Valeria Lamota e Isabel Carraro, Adolescencia en la hipermodernidad,  continúa de algún modo una de las ideas planteadas en al capítulo de Germán Garcia, en lo referente a la irrupción de lo real de la genitalidad en la adolescencia y donde los fantasmas de la infancia desfallecen dejando al adolescente frente al no saber pero a la vez sin referencia a la palabra en la época en la que “no hay Otro”.
Cierran el libro los capítulos de Andrea Botas –ella aborda la paradoja capitalista que encierra el consumo de seguridad en función de la violencia, haciendo de ambos un problema de tipo político. Y el capítulo sobre Responsabilidad, Culpa y Castigo, de Claudia Moggia, Noemí Firma Paz y  Blanca Favazza en el que hacen un claro recorrido en las diferencias que el psicoanálisis propone entre estos conceptos.

Como podemos ver se trata de un libro fundamental para establecer las bases de  las primeras aproximaciones psicoanalíticas de orientación lacaniana al fenómeno /síntoma de la violencia/violencias en las escuelas. Tal vez privilegiando una de las posibles vías de acceso a la comprensión del fenómeno a escala general, recurriendo al operador teórico del discurso del capitalismo con sus nuevos efectos en la subjetividad de la época: la erosión de los semblantes, la vacilación de la imago paterna, el empuje al goce / consumo.
Sería interesante –pensando en futuros proyectos de investigación – someter dichas hipótesis a la luz de la experiencia de otras sociedades aparte de la argentina y norteamericana,  e investigar un poco la repartición de fenómenos de violencia entre escuelas públicas y escuelas privadas.
También creo que podemos extraer conclusiones nuevas al acercarnos  un poco a la clínica del caso. En la tragedia de la escuela de Columbine, en la que el cineasta Gus van Sant y tal como lo destaca Mario Goldenberg, muestra un desierto de padres, hay  sin embargo varios videos grabados por los perpetradores de la matanza, con claros mensajes a los padres pidiendo disculpas. Además de hallarse ciertos elementos discursivos de identificación con un Otro sin barrar, con un “Dios capaz de decidir la vida y la muerte” (sic).
Otra vía que me resulta interesante para su análisis es la estrictamente  pedagógica. Ya que por un lado asistimos a dichos de algunos alumnos: ¿para qué ir a la escuela? ¿de qué sirve estudiar si todo esta en google?  Pero al mismo tiempo  -casi paradójicamente- asistimos a lo que Lacan denominó el boom de la Universidad (y que Germán García lo menciona en su texto).

Y acercarse a los relatos de los docentes, alumnos y padres e interrogar un poco el estatuto actual de la “administración del saber”. Siguiendo un poco el recurso a la cinematografía contamos con la película Detachment de Tony Kaye, donde quizás se acentúan otros aspectos de la escuela que los ligados estrictamente al saber - un poco en la línea que sugiere el epígrafe,  es decir como  “acompañar al adolescente hasta la otra orilla”.







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