por Claudio Steinmeyer, Berlín, abril de 2014
Comentamos
hoy, con el objetivo de ayudar a difundir, el libro que la psicoanalista Irene
Leonor Accarini publicó recientemente:
cuerpos (des)animados.
Así,
con minúsculas.
Y del
que generosamente nos dejó un ejemplar de regalo tras compartir una mesa redonda
sobre “Arte y Psicoanálisis” en su reciente visita a Berlín.
El
libro está dedicado a los niños. En agradecimiento por lo que de su escucha se abre camino al psicoanálisis.
Y sus
páginas recorren una clínica francamente difícil, la de los niños que padecen enfermedades invalidantes del aparato
motor.
Una
clínica que sin duda pone a prueba el deseo del analista, del cual Irene
Accarini demuestra estar a la altura de las circunstancias.
Una
clínica
que como bien rescata y destaca la autora, encuentra en sus inicios al
joven Freud quien tras su paso por la Salpetriere y su encuentro con el
cuerpo
de la histeria, recala en el instituto Kassowitz de Berlín para
interesarse por
las prácticas médicas con niños afectados de parálisis cerebral, acaso
la
dimensión más real del cuerpo. Experiencias de Freud que empezarán a
sentar los
cimientos psicoanalíticos de escuchar a ese “otro cuerpo” del que se
ocupa la
medicina.
El
libro recorre cuatro grandes ejes teóricos, a saber: la marcha, la imagen del cuerpo, la discapacidad en la experiencia
psicoanalítica y el duelo.
Y luego
se complementa con seis casos clínicos
articulando la función de los padres y
el descubrimiento del no-caminar !
Cuerpos
de niños (nótese que la autora no habla de cuerpos infantiles) atrapados en el
drama de la mediación especular y donde la autora planteará la cuestión del
cuerpo y su imagen en un registro diferente que el de la percepción , sino la
del trayecto de la mirada sobre el fondo de la cuestión del deseo del Otro. Anudando
así los desarrollos lacanianos desde las más recientes perspectivas abiertas
por Jacques-Alain Miller.
Me
parece una articulación muy original , con un estilo de escritura claro y
cálido. Que me recuerda a las observaciones de D. Winnicott a quien por cierto el
libro cita en varias oportunidades.
Al
terminar de recorrer sus páginas uno no puede menos que sentir la dimensión de
éxito subjetivo, casi de milagro, que constituye el hecho de ponerse de pie y
caminar.
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